Esta pieza lleva siempre un tempo presto y empieza con las voces de muchos vendedores ambulantes. Se van sumando a la melodía motocicletas, camiones, patrullas y ambulancias, comenzando con el sonido de sus motores, pero crescendo se agregan llantas que frenan súbitamente o dan un giro imprevisto, no sin antes inundar la composición con cláxones cargados de emoción y que nos llenan de amenos mensajes. El oído atento percibirá también notas de alguna obra en construcción y un par de aviones a la distancia.

Para las personas que viven en una ciudad, la sinfonía anterior es la música de fondo que acompaña sus actividades todos los días. Lamentablemente, la contaminación acústica es un gran problema ambiental que afecta tanto a los seres humanos como a otras especies y se refiere a una exposición prolongada a altos niveles de ruido.

¿Qué tanto es tantito?

Un decibel (dB) es la unidad para medir la intensidad del sonido. La respiración de una persona mide aproximadamente 10 dB, un susurro son 30 dB, un cepillo de dientes eléctrico genera 60 dB y un reloj despertador unos 80. La OMS señala que menos de 70 dB de ruido (el que hace una lavadora) no son dañinos para ningún ser vivo, independientemente del tiempo de exposición. Sin embargo, arriba de 85 dB por más de 8 horas al día puede ser perjudicial para la salud. Los cláxones emiten ruidos de 110 dB y las sirenas de ambulancia, 120. Así que si trabajas cerca de una calle transitada, seguro tienes un nivel de exposición peligroso. Además de las consecuencias obvias—como daño auditivo o problemas para dormir (si el ruido es en la noche)—puede afectar la salud de otras formas.

No oigo, no oigo, soy de palo

Los efectos del ruido en la salud humana se estudiaron primero en entornos laborales como fábricas de textiles, donde se asociaban a la pérdida de audición. El ruido ocupacional sigue siendo el más estudiado, pero en años recientes se ha considerado también el ruido social, como en los bares o a través de reproductores de música personales y el ruido ambiental, como el que generan el tráfico terrestre y aéreo y las obras de construcción.

Un efecto que parecería trivial es el hecho de que nos moleste el ruido. Sin embargo, es reconocido como el segundo más importante en los impactos de salud no auditivos derivados del ruido ambiental, debido al gran número de personas al que aflige, provocando enojo, estrés y agotamiento. El primer lugar se lo llevan las alteraciones del sueño, ya que afectan el estado de alerta durante el día, el estado de ánimo y los procesos cognitivos y la productividad; reducen el rendimiento en el trabajo y las habilidades mentales y de aprendizaje en la escuela; y causan un detrimento general en la calidad de vida.

Sumado a esto, la exposición a largo plazo a contaminación acústica puede desencadenar enfermedades cardiovasculares como hipertensión e infartos. Un análisis de varios estudios concluyó que un incremento de 10 dB en ruido por tráfico aéreo y terrestre puede llevar a un aumento en el riesgo de hipertensión y cardiopatías entre 7 y 17%.

Orejas de pescado

¿Recuerdas a Dori “hablando cetáceo” en “Buscando a Nemo”? Los cetáceos, como  ballenas y delfines, se comunican a través de esta clase de sonidos y de ellos dependen sus hábitos reproductivos y alimenticios, así como sus rutas de migración. Entre los taladros, sonares, dispositivos para buscar petróleo, barcos pesqueros, cruceros y otros vehículos marinos recreativos, generamos una gran cantidad de ruido en los ecosistemas marinos, el cual interfiere con todos estos procesos. El metabolismo de los animales marinos se vuelve más rápido de lo normal, pero comen menos, así que crecen menos y queman muy rápido las pocas calorías que consumen. El ruido activa su respuesta al estrés (en algunas especies hasta les genera taquicardia) y reduce su respuesta inmunológica, o como diríamos coloquialmente, “se les bajan las defensas”. 

El impacto en ecosistemas marinos es muy complejo de medir. Por un lado, es una región que aún está llena de misterios, así que no tenemos un inventario de especies que viven en determinada región o un mapa de las zonas específicas donde se alimentan y reproducen. Además, las especies marinas pueden escuchar sonidos a decenas de kilómetros. Por ejemplo, la instalación de pilotes puede generar 250 dB, que podrían ser escuchados por una marsopa común a 80 km del origen. Por otra parte, los gobiernos de distintos países imponen sus propias regulaciones en los límites de ruido, ya que no existe un acuerdo internacional.

Australia tiene un portal que reúne datos que resultan de monitorear el océano y les permite establecer los límites de acuerdo a contribuciones acumulativas de ruido. La Unión Europea tiene un marco de estrategia marina que incluye niveles permisibles de emisiones sonoras para motores que se utilicen en el mar. Estados Unidos ha publicado distintos tratados desde los años 70 reconociendo lo dañinos que pueden ser los impactos de la contaminación acústica… pero las regulaciones de la EPA sólo aplican para efectos nocivos en los humanos en zonas terrestres urbanas.

Además, este país no considera el impacto acumulado de todas las actividades cuando otorga permisos para sondear petróleo y dichos sondeos se llevan a cabo con una frecuencia inconcebible. El ecologista Douglas Nowacek, que trabaja en un laboratorio marino de la Universidad de Duke, cuenta que, en su experiencia, un día cualquiera en el Golfo de México se encontraba con entre 6 y 12 sondeos para buscar petróleo ocurriendo a su alrededor simultáneamente, a cargo de compañías estadounidenses.

Ondas de impacto

En cuanto a ecosistemas terrestres, entre los animales más afectados por la contaminación acústica están las aves. El tráfico aéreo, fuegos artificiales y otros sonidos que no eran parte del ambiente natural también interfieren con su comunicación y los desorientan. Su abundancia y biodiversidad se reduce en zonas ruidosas. Lo mismo aplica para los saltamontes, que también se orientan a través del sonido. Pero estudios revelan que incluso las poblaciones de especies que no tienen receptores acústicos, como los insectos odonatos (por ejemplo, las libélulas), y que viven en regiones más silenciosas, pero adyacentes a una que no lo es, se ven afectadas. 

Esto nos demuestra nuevamente que nuestro planeta funciona como un sistema donde todo está interconectado y que la ecología juega un rol central para permitirnos evaluar la situación con un enfoque integral. De una misma fuente se generan ecos que reverberan en diferentes esferas, por aisladas que parezcan. Ahora nos toca escoger qué clase de impacto es el que vamos a generar.

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Mariana Castro Azpíroz estudió biología molecular en la UAM Cuajimalpa. Ha realizado investigaciones en colaboración con el Centro de Investigaciones Biológicas y Acuícolas de Cuemanco (CIBAC, UAM-X); además, se ha dedicado al cuidado y conservación de especies acuícolas endémicas. Desde 2019 se dedica a la divulgación científica y actualmente hace educación ambiental a través de redes sociales.

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