Por Harumi Navarrete, Mitzi Balderas y Elisa Caballero

En 2009, se declaró el 22 de abril como el Día de la Tierra por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Sin embargo, el primer Día de la Tierra tuvo lugar en 1970, cuando 20 millones de personas en Estados Unidos salieron a las calles a protestar por lo que consideraban una crisis ambiental: derrames de petróleo, el smog y la contaminación de los ríos. Este acontecimiento, además de obligar a los gobiernos a tomar medidas concretas, como la aprobación de leyes ambientales y el establecimiento de agencias dedicadas al medio ambiente, demostró el impacto de la colectividad; cuánto se puede lograr cuando las personas se unen y exigen acción.

Doce años después de este suceso, seguimos “conmemorando” este día; sin embargo, estamos lejos de poderlo considerar una celebración, cuando los ecosistemas siguen siendo explotados y degradados exponencialmente. Basta con ver el grado de sequía que estamos experimentando en México y lo cerca que estamos de llegar al día cero, donde, para abril de este año, la NASA reportó casi el 85% del país enfrenta condiciones de sequía, la peor en 30 años según algunos funcionarios (NASA,  2021). Esto, sin contar los demás problemas ambientales (y sociales) que se viven en el país, como los incendios forestales, que en lo que va de este año se han reportado alrededor de 106 en todo el país (Olvera, 2021),  la pérdida de biodiversidad, entre otras problemáticas. 

Últimamente se escucha por todos lados que con pequeñas acciones individuales como bañarse con poca agua, consumir local, no usar popote o plásticos de un solo uso, se puede evitar la crisis climática; no obstante, poco se habla de la responsabilidad de las grandes empresas multimillonarias, las cuales al producir en cantidades masivas los productos que, además nos han manipulado para necesitar, generan enormes cantidades de contaminación, y no solo al agua, aire y suelo, sino también a nuestros cuerpos, con productos dañinos resultantes de procesos industrializados, diseñados para ser redituables más no benéficos para nosotros, sus consumidorxs. 

Tenemos ya una idea de lo que puede provocar la contaminación: desequilibrio total en los delicados y complejos sistemas que nos sostienen, nutren y arropan. Imaginemos que un día despertamos y el aire ya no es respirable, o el agua bebible o el suelo sembrable, que el mar estuviese podrido. Suena horrible, ¿no? Con un estilo de vida capitalista, vamos a toda velocidad para alcanzar ese futuro aún más distópico que el actual. ¿Cómo sería el mundo si el cambio climático sigue? Bueno, para darnos una idea, se desestabilizarían todos los sistemas y ciclos, habrían cambios radicales de temperatura, sequías, inundaciones, desastres naturales cada vez más fuertes, seguidos de más consecuencias como pérdida de hogares, cosechas, agua potable y establecimientos humanos enteros. Pero según la ONU aún estamos a tiempo de frenar esta catástrofe, para luego reparar y regenerar nuestro hogar.

Algunos de los retos con los que nos enfrentamos en cuanto a la contaminación, tiene que ver con la manera en la que consumimos y con lo que hacen las empresas a las que les consumimos. Por ejemplo, “en todo el mundo se beben más de 4,000 tazas de Nescafé por segundo, y se consumen 1,700 millones de veces al día productos de Coca-Cola” (Company, 2013, p. 5)  Asimismo, son unas cuantas las empresas que en conjunto generan alrededor del 60% de las emisiones de GEI mundiales; Oxfam asegura que “las emisiones de Associated British Foods, Coca-Cola, Danone, General Mills, Kellogg’s, Mars, Mondelez International, Nestlé, PespiCo y Unilever totalizan 263,7 millones de toneladas anuales de gases causantes del efecto invernadero, superando a las emisiones de Finlandia, Suecia, Dinamarca y Noruega juntos.” (Oxfam, 2013, p. 5) 

Infografías sobre las 10 empresas más contaminantes con combustibles fósiles y las 10 empresas más contaminantes de la industria alimentaria. Autoras: Mitzi Balderas y Harumi Navarrete. 

Una de las principales razones de que esto ocurra son las facilidades que se les han concedido a lxs empresarixs para tener el derecho de explotar los ecosistemas que no nos pertenecen y privatizarlos a través de concesiones por parte de los gobiernos, o la autorización de la renta o compra de la naturaleza a precios casi regalados, de la cual se extrae sin medida ni un plan para regenerar, cayendo en una producción lineal donde las compañías no se responsabilizan ni de sus envases, ni del tratamiento —que debería ser— obligatorio para los residuos que generan sus procesos productivos. 

La realidad es que, de acuerdo al impacto que generan, deberían estar condicionadas a responsabilidades igualmente grandes, los gobiernos lo autorizan porque estas mega empresas generan ingresos de más de 1,100 millones de dólares al día, entonces se pasan por alto injusticias como, por ejemplo, las que viven lxs agricultorxs; más del 60% viven en pobreza, cuando son ellxs lxs que cargan con el peso de la producción, por lo que lo correcto sería un pago justo para cada parte del proceso productivo. De este modo no sería tan fácil generar una plusvalía de la explotación de ciertos sectores y, por lo tanto, habría oportunidad de crear una cadena de producción responsable, equilibrada y no agresiva con la Tierra. 

Y es aquí donde nos enfrentamos con la pregunta de siempre: ¿qué podemos hacer ante la magnitud de este problema desde nuestra acción individual? Es cierto que las acciones de cada unx de nosotrxs suman y tienen un impacto, pero sobre todo, que lo más valioso que podemos hacer es comenzar por unx mismx, con acciones que promuevan una de conciencia de los procesos necesarios para producir lo que consumimos y cómo esto afecta a otros seres; humanxs y no humanxs (como animales y vegetales), lo que nos empuje a empezar a pensar y experimentar otras formas de construir un sistema que respete todas las formas de vida y existencia de esta Tierra megadiversa. Entonces sí, las acciones individuales son una gran ayuda y deben hacerse puesto que es parte de la responsabilidad que cada unx tiene por el simple hecho de habitar este mundo. 

Sin embargo, también se le debe poner atención y dirigir más esfuerzos a exigirles a los responsables de la catástrofe ambiental: esas mega empresas, gobiernos, multimillonarixs que promueven sistemas económicos y productivos extremadamente contaminantes, tenemos que exigirles el modificar sus procesos e incluso frenarlos por completo. Tenemos que empezar a apostarle a la producción comunitaria, a la descentralización del poder y el capital, a la desmonopolización de las industrias, a apoyar a aquellxs que sistemáticamente han sido explotadxs por las empresas que se enriquecen de esto. Tenemos que impulsar nuevas formas de coexistir en esta Tierra de forma integral, regenerativa, colectiva. 

Sí, nuestra labor como consumidorxs es ser conscientes, despiertxs y responsables de lo que consumimos y con esto elegir bien a quién, qué y por qué lo estamos haciendo; porque recordemos que sin demanda no hay producción, y sin consumidorxs no hay ganancias monetarias; y si elegimos mejor y más responsablemente estaremos apostando a que las ganancias no se vayan a una sola persona o entidad sino al bienestar de todxs. 

Un caso que demuestra el poder que tenemos sobre estos medios de producción es el de Monsanto y Bayer que en este momento siguen buscando que la ley mexicana no prohiba sus productos con agroquímicos como el glifosato. Esta lucha de intereses tiene detrás a una gran cantidad de personas de nuestro territorio que han ido abriendo paso para defender el derecho a un ambiente sano y digno.

día de la tierra

“Ficus Toroide”, ilustración de Andrea Pliego Rentería, @pliegodetrapo

Es aquí donde el día de la Tierra retoma diariamente su importancia, ya que, además de contribuir y disminuir nuestro impacto de forma individual, las acciones que llevamos a cabo, las discusiones que abrimos, los ejemplos que damos cobran fuerza y se vuelven colectivas, sirviendo para presionar al sistema a través de elecciones y la exigencia de que se haga algo al respecto. 

Todos los días pueden (y deben) ser día de la Tierra, cada día tenemos el poder, en cada decisión que tomamos. Se trata de ser responsables día con día de nuestros residuos, de nuestras acciones y del  impacto que tienen; responsables de lo que consumimos, de ser constantes e ir haciendo cada vez más gracias a la colectivización de nuestros actos, pero sobre todo, esta en nuestras manos responsabilizar a quienes son los que fomentan esta crisis ecosocial. 

El sistema quiere hacernos creer que la responsabilidad de esta problemática se puede (o no) resolver desde la individualidad (para ignorar a quienes realmente son lxs responsables), y hasta cierto punto tiene razón, lo cual puede resultar agobiante, pero no olvidemos el poder de la fuerza colectiva y la unión y que si realmente estamos interesadxs en mejorar nuestras condiciones de vida y de las generaciones que vienen, así como redignificar los ecosistemas de los que somos parte, debemos ser conscientes de que nosotrxs sí podemos hacer algo para mejorar, somos agentes activos de la historia, y podemos procurar hacer de cada día el día de la tierra. 

Nuestro dinero, pensamientos, actos, etc., son un voto para el tipo de mundo en el que vivimos… ¿por quién o por qué clase de mundo queremos seguir votando?

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Harumi Navarrete, Mitzi Balderas y Elisa Caballero son integrantes de Contaminantes Anónimus.

Instagram: @contaminantes.anonimus

Imagen prinicipal: “Ficus Toroide” Ilustración de Andrea Pliego Rentería, @pliegodetrapo

Referencias

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