Por Paloma Villagómez Ornelas

Si bien comemos para mantener el cuerpo en un estado medianamente sano y funcional, procurándonos un poco de placer en el camino, en la relación entre la comida y el cuerpo hay más que biología y química. Comer requiere, además, todo un repertorio de gestos, técnicas y movimientos, usar el cuerpo no sólo como un recipiente sino también como una herramienta.

Hasta ahora, la humanidad ha sido más o menos exitosa en la tarea de adaptar su cuerpo a las condiciones materiales en las que debe subsistir, pero este proceso ha incluido episodios francamente chuscos. Pensemos, por ejemplo, en el trágicamente cómico fenómeno de la “avocado hand”, esa ola de accidentes y heridas autoinflingidas al buscar, sin éxito, la mejor forma de atacar un aguacate. O en este video, que muestra a una mujer cocinando con la boca. La ocurrencia forma parte del trabajo de un joven artista interesado en la comida (Nathian Ceddia) que intenta sacudir con un poco de sátira la sensacionalización y el preciosismo que inundan la cultura alimentaria contemporánea.

Para quienes tenemos la inapreciable fortuna de nacer en culturas aguacateras y dominamos el sutil pero contundente arte de descorazonar estas frutas, las imágenes de manos cortadas o de plano atravesadas por sendos cuchillos cebolleros, provocó cierto asombro que se volvió franca chacota cuando comenzaron a aparecer utensilios hiper-especializados para evitar accidentes de esta naturaleza. Es decir, herramientas que prometían sustituir con eficiencia los torpes movimientos del cuerpo.

Removedor de hueso de aguacate

Por su parte, el video de Ceddia, que propone la masticación y el escupitajo como procedimientos culinarios, provocó tremendas reacciones de repulsión y rechazo que dejaron en claro que no estamos dispuestos a tanta vanguardia, así sea pura sátira.  

Lo interesante es que, en ambos casos, el desconcierto tiene un mismo origen: la percepción de que el cuerpo se está usando mal, de un modo inapropiado que lo exhibe de una manera desagradable. Aunque puede parecer una reacción natural, esta percepción no es algo con lo que nacemos, sino que es un aprendizaje social.

El sociólogo y antropólogo francés Marcel Mauss acuñó la idea de las técnicas del cuerpo. En una conferencia titulada así, “Techniques du Corps”, dictada en 1934 ante un grupo de sicólogos, Mauss explicaba que el cuerpo es un instrumento de la actividad humana que, como toda herramienta, es necesario aprender a usar mediante el dominio de técnicas, es decir, requiere conocer ciertos procedimientos y saber ejecutarlos con habilidad. Una vez que esto se logra, adquirimos la confianza y la seguridad necesarias para desempeñar diversas tareas, desde las más sencillas, como caminar o leer un libro, hasta otras más complejas como nadar, bailar u operar maquinaria sofisticada. Según Mauss, hay técnicas para todo, para movernos, para asearnos, para expresar emociones e incluso para descansar.

Por supuesto, no nacemos conociendo estos movimientos sino que los aprendemos a través de la observación o de la enseñanza directa. Identificamos qué gestos les resultan eficientes a otros y los imitamos. Con la práctica los dominamos e incluso puede que los perfeccionemos.  

Cada cultura tiene sus propios códigos corporales y estos cambian con el tiempo, conforme avanza la tecnología y nuestra relación con el mundo material se transforma. A manera de  ejemplo, Mauss menciona el parteaguas que significó la aparición del calzado en la manera de andar y cómo la evolución de los zapatos, de sus materiales y su ajuste ergonómico, han alterado nuestra postura.

Las técnicas del cuerpo, además, suelen ser distintas en función del género, la edad e incluso la posición social de las personas. Mujeres y hombres aprendemos mímicas distintas para acicalarnos, caminar, saludar y hasta estornudar. Por su parte, los movimientos precisos y discretos se han asociado históricamente con clases altas, mientras que las actitudes toscas y esforzadas forman parte del imaginario de los estratos populares. Estos estereotipos no obedecen a razones biológicas sino a la idea que nos hemos inventado de lo “normal” y lo correcto en cada caso.

El mundo de la comida es un espacio muy interesante para observar las técnicas del cuerpo. No nos referimos sólo a los modales –cerrar la boca al masticar o no sorber- sino a gestos que están directamente vinculados a una cultura. Se aprende a sostener un taco, a comer sopa inclinando el cuerpo sobre el plato o llevando el cuenco a la boca, a comer de pie, sentados o en cuclillas, a usar cubiertos o manos, a lamer un helado. Vaya, hay técnicas corporales hasta para enchilarse –agitar la mano sobre la boca- y para demostrar saciedad –eructar o echar el cuerpo hacia atrás. Moler, deshebrar, desvenar, amasar, capear, batir, picar o usar un asador, no son sólo procedimientos culinarios: son formas de usar el cuerpo, de vivirlo.

Obama con taco

Algunas de estas técnicas corporales son más utilizadas en ciertos grupos sociales, mientras que la tecnología tiende a sustituir mucho del trabajo físico en estratos con capacidad económica para acceder a ella. Y es que muchas cosas han cambiado. Basta poner a dos o tres generaciones a cocinar en el mismo espacio para ver el efecto de la tecnología culinaria en la forma de usar el cuerpo. No es igual menear la cadera removiendo una olla que apretar el botón del microondas. Tampoco es lo mismo machacar papas que humedecer un polvo que promete convertirse en un puré, ni llevar la clara de huevo al punto del turrón con batidora, que a punta de “muñequeo”. Sin decir que una cosa sea mejor que la otra, son nuevas formas de proceder que cambian la experiencia de nuestro propio cuerpo.

Quien casi pierde la mano en su lucha contra el corazón de un aguacate refleja la carencia de una técnica del cuerpo adecuada, que no es un asunto individual sino colectivo, pues hasta ese momento no había sido necesario incorporar este saber a la cultura y transmitirlo.  El repudio físico que provoca ver a alguien escupiendo comida en un bol es una reacción a lo violenta que nos resulta la transgresión de normas corporales que hemos aprendido que son fundamentales para la convivencia, como no mostrar públicamente la saliva o la mucosidad y no devolver la comida, no echarla para afuera ya “contaminada” de nosotros mismos. Ni que fuéramos pájaros regurgitando, nos decimos. Somos humanos, y si algo nos distingue de los animales es el uso de la técnica y el dominio público y privado de nuestros cuerpos. O eso nos gusta creer.

Al final, las técnicas existen para dos cosas: educar al cuerpo y distinguirlo de los cuerpos de los otros -del otro sexo o de la otra clase. Saber usar el cuerpo es, en buena medida, controlar sus reacciones, contenerlo, reducir al mínimo la torpeza y el desorden. Si bien estas funciones son importantes para pertenecer a una cultura, solemos pensar que se trata de un orden natural de las cosas y somos poco curiosos o un poco rígidos frente a la posibilidad de otros usos del cuerpo.

Pensar en nuestros movimientos como una técnica adquirida, con una historia y un significado colectivo, puede ser útil para “desnaturalizar” el cuerpo y desmoralizar sus diferencias, vivirlo de maneras más libres y creativas y seguirnos maravillando y divirtiendo con sus posibilidades.

***

Paloma Villagómez es socióloga y poblacionista. Actualmente estudia el doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de México.

Twitter: @MssFortune

 

Todo lo que no sabías que necesitas saber lo encuentras en Sopitas.com

Comentarios

Comenta con tu cuenta de Facebook