Por José Ignacio Lanzagorta García

Parecía un espacio público, pero no lo era y nunca lo ha sido. En la esquina de Filadelfia e Insurgentes, uno podía desviar el camino de las ruidosas vialidades y entrar a un pequeño pero extraordinario jardín monumental que, entre árboles y jardineras, celebraba la obra de David Alfaro Siqueiros. Una barda que cumple la función de separar este espacio de la calle se revelaba, al interior del jardín, como parte de la obra: los rostros de Diego Rivera, José Clemente Orozco, Leopoldo Méndez, José Guadalupe Posada y Dr. Atl aparecen en ella trazados en el más reconocible estilo de Siqueiros. Del otro lado está el elemento conocido por todos en esta ciudad: ese pequeño edificio del Polyforum que sirve como teatro, centro de exposiciones y cafetería y que está recubierto tanto en su interior como en sus paneles exteriores por pintura mural –conformando “el mural más grande del mundo”, dicen los que necesitan enorgullecerse con superlativos–. Un espacio privilegiado de la ciudad… perdón, no, no es de la ciudad.

La semana pasada los cincuentenarios fresnos, palmas californianas y un par de cedros que formaban parte de este conjunto fueron derribados. En lo que era un brevísimo estacionamiento y un pasillo exterior de la cara norte del predio, los propietarios del inmueble construirán una delgada torre de 48 pisos que, tras rebasar la altura del Polyforum, ensanchará su planta. Así se resolvió un conflicto que comenzó hace tres años, cuando los propietarios presentaron un proyecto que implicaba desplazar el Polyforum unos metros y así ganar espacio para levantar una torre. “El Polyforum no se mueve”, dijeron los vecinos, activistas y algunos políticos e intervino el gobierno de la ciudad. Otros aprovecharon para llamar a la expropiación del predio por el mal estado en el que se encuentran los murales. Los propietarios arguyeron que el Polyforum no generaba los recursos suficientes para garantizar su conservación, que un nuevo desarrollo inmobiliario era inevitable para lograrlo. Finalmente no hubo autorización para desplazar el foro: si los propietarios querían aprovechar el terreno, debían hacerlo en la pequeña franja norte del predio, colindando con el centro comercial anexo a la torre del WTC. El despacho BNKR Arquitectura resolvió con inteligencia el reto.

Polyforum Siqueiros Ciudad de México
Foto: wikipedia.org

El caso del Polyforum es interesante. En 1980, a nueve años de su inauguración, el gobierno de José López Portillo decretó que toda la obra de David Alfaro Siqueiros tendría el carácter de monumento artístico nacional. Eso significa que los propietarios de obra en cualquier formato deben notificar al INBA sobre prácticamente cualquier decisión que tomen con respecto a ella. A los pies del Polyforum aparecía una escultura de David Alfaro Siqueiros y Manuel Suárez, el empresario que en la década de los 60 compró el predio y contrató al muralista para darle a la ciudad este joya. ¿Sabría el empresario que la nación reclamaría como suyo lo que financió? Eran otros tiempos. Tal vez sí y a mucha honra. Tal vez no y esto ha sido la peor pesadilla para sus herederos.

Cuentan que en ese entonces, al inicio del proyecto, le llamaban al recinto “la corona”. Una fantasiosa y efímera intención, dicen, era que el Polyforum precisamente coronara, con una plataforma giratoria, la torre del entonces llamado Hotel de México y que éste, hoy cubierto de cristales, continuara con algunos motivos murales en sus imponentes caras norte y sur. La complejidad de la operación, así como los costos tan elevados de todo el conjunto acabaron separando ambos proyectos. La “corona” se convirtió en un Polyforum a nivel de piso y al Hotel de México se le dotó otra estructura circular con plataformas giratorias en el remate, pero quedó inconcluso. Quienes vivimos en esta ciudad en la década de 1970 o la de 1980, recordamos la presencia dominante del Hotel de México en obra negra como un símbolo del sur de la capital. Desde que supe esta historia, me gusta pasearme entre los paneles exteriores del Polyforum e imaginar esos murales, entre ellos ese Cristo hastiado con el rostro de Siqueiros, en la punta del WTC y pensarlo como el clímax del movimiento muralista mexicano, imprimiendo el siglo XX –nuestro siglo XX- en el paisaje de una ciudad que creció explosivamente. Me gusta imaginar a Manuel Suárez imaginando a su vez esa ciudad, ese proyecto.

La faz que se imprime para ese espacio ahora es, sin embargo, la del siglo XXI. Los capitales en la ciudad de México se vuelcan sobre su zona central y levantan torres de espejos y formas caprichosas. En Reforma conservamos fachadas viejas para dejarlas, a veces, hasta como entrada de estacionamiento. Las ciudades son plásticas y nos debatiremos siempre entre conservar, destruir, reutilizar, transformar y crear. El Polyforum se queda, pero se integra a una colonia Nápoles de la que su cara de mediados del siglo XX es cada vez más irreconocible. El espacio del siglo XX desaparece. Entre la “corona” y el “Hotel de México” surgirá una nueva torre que los separará. Su jardín se convertirá, dicen, en una especie de gradas públicas integradas a la nueva torre para poder admirar los murales. No perdemos, dicen, ese espacio que es público por concesión de sus propietarios: sólo se transforma.

En la negociación, el gobierno autorizó la obra a cambio de un compromiso de los propietarios de restaurar los murales y mantener su estado de conservación a largo plazo. Es un proyecto, dicen, autosustentable, que no exigirá del erario recurso alguno para la restauración del mural. Si el objetivo era proteger la obra de Siqueiros, no hay nada que reprocharle ni a la familia Suárez ni al gobierno: se defendió el interés público y se respetó la propiedad privada. La única incomodidad que me queda no es tanto sobre este proyecto en sí, sino sobre lo que el caso abona a la forma en la que pensamos el desarrollo de nuestra ciudad en nuestro tiempo. Me pregunto si quedan más empresarios como Manuel Suárez, pensando en construir para la ciudad o si nos toca defender lo que otros dieron entre nuevos cajones de estacionamiento, centros comerciales y “proyectos integrales” accesibles para unos cuantos.

 

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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