Por José Ignacio Lanzagorta García

Es frívolo. Es banal. Es hasta un poquito infantil. Es lo normal. Marcelo Ebrard también hizo un concurso para que su administración del Distrito Federal tuviera un símbolo y lema distinto al que acompañó toda la papelería y propaganda de su antecesor, López Obrador. Al final ignoró el concurso e hizo lo que se le dio la gana: arrancó suplantando el lema cursi de “La Ciudad de la Esperanza” con un “Ciudad en Movimiento” que poco después quedó como “Capital en Movimiento”. Su caricaturizado angelito de la Independencia sustituyó el sobrio uso conjunto de una versión simplificada del escudo de armas colonial a la izquierda de otro inspirado en el águila parada sobre el nopal del Códice Mendoza. Para cuestión de gustos: si bien el lema de la Ciudad de la Esperanza me parecía ridículo, el logo de la administración lopezobradorista no ha dejado de ser mi favorito. Qué más da.

Mancera no hizo ni concurso. Inició su gobierno con un logo tosco que parecía como de alguna cámara industrial o sindicato de mediados del siglo pasado acompañado del lema “Decidiendo juntos”. Con el tiempo y, sin abandonarlo del todo, fue marginando su imagen institucional a favor de la que simultáneamente fue construyendo como la marca ciudad con las siglas “CDMX”. Y todo este fandango no es un baile chilango ni es reciente: se baila en municipios, estados, gobiernos federales y otras comarcas.

logos de la ciudad de méxico a lo largo de los años
Imagen: Especial | expedientenoticias.com

La críticas son recurrentes. Que si el lema nos parece ridículo, que si el logo nos parece que como de una cámara industrial… por ahí encuentro a quien le preocupa que no conservemos ni el eco de lo que llama un linaje virreinal. Pero, sobre todo, que el gasto es innecesario. Tienen razón, porque lo es, pero no sé siquiera si entra en la lista de los peores ejercicios presupuestales. El poder es y siempre ha sido así. La casa reinante pone sus emblemas, le suma y le quita colores y escudos de acuerdo a sus políticas matrimoniales-territoriales, le actualiza diseños. El gobierno republicano también visibiliza pendones de distancia con el antiguo régimen, las grandes y pequeñas administraciones democráticas no se quieren quedar atrás. Al mismo tiempo, también desde el propio poder, se están produciendo, conservando o destruyendo otros símbolos de sus respectivas comarcas para otros fines administrativos.

A lo mejor es el sesgo del presente, pero esta vez en la Ciudad de México parece que batalla por el cambio de logos que busca hacer la administración entrante de Claudia Sheinbaum ha subido de tono. Tal vez buena parte de ello se debe a la revoltura que traemos entre la imagen creada para tratar a la Ciudad de México como una mercancía en los mercados globales –que, dicho sea de paso, la de esta administración a su vez suplantó la que creó el gobierno de Marcelo Ebrard para los mismos fines– con la imagen institucional del gobierno de Mancera. No nos culpo: la propia administración saliente se encargó de que la producción de esa marca-ciudad fuera lo único distintivo de un gobierno más bien mediocre. Me pregunto si el apego de los preocupados por la marca-ciudad sea también a esta priorización administrativa.

Claudia SheinbaumQueda la duda de si el cambio de imagen institucional (para el que el gobierno entrante de Claudia Sheinbaum ha hecho un concurso) incluye –o tiene relación alguna, siquiera– continuar con el trabajo e inversión realizada en la mercadotecnia detrás del logo “CDMX” y todo la publicidad asociada a ello. Es que son dos cosas aparte. Me parece que tampoco es seguro que la administración entrante lo tenga tan claro. ¿Va a tirar a la basura los volumétricos desperdigados por toda la Cuauht… digo, ciudad? O simplemente no planea continuar con una gobernanza orientada y centrada en el branding que, salvo por el acto de fe que llaman trickle-down, no queda claro exactamente qué beneficios trae –y sobre todo a quiénes– en las preocupaciones más urgentes de la ciudadanía en general.

En cualquier caso, no deja de llamarme a la sorpresa lo que se siente ya como una desproporcionada indignación por el asunto de los logos de una simple imagen institucional. Ya no se sabe si es apego a la imagen institucional de Mancera, de Ebrard, de López Obrador o del linaje virreinal. Pero más bien sospecho que es que en el fondo no estamos hablando realmente de los logos, ni de la marca-ciudad sino que es, como cualquier otro asunto trivial o no trivial en el último año, una simple batalla más en esta guerra entre chairos y fifís.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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