Por Democracia Deliberada

Tinacos, cemento, despensas y dinero, entre otras cosas, son los aparentes regalos de los políticos a los ciudadanos antes de que lleguen las elecciones, pero, en realidad, tienen un precio: un voto. Los partidos políticos (y sus gobiernos) recurren a las dádivas para obtener el favor de los ciudadanos. El clientelismo es una práctica que no sólo implica un desvío injustificado de nuestros impuestos, es una forma de mantener relaciones de dependencia de muchos que viven en la pobreza y la marginación.

El clientelismo es algo más profundo que sólo darle dinero o un regalo a un ciudadano por un voto. Éste implica que una persona asocie el gasto del gobierno como dádivas de un partido o un político, y no como un derecho. En lugar de que se piense en los impuestos y los programas como mecanismos para el desarrollo de todos, éstos se vuelven recursos condicionados a la fidelidad a un signo partidista. Es una manera de aprovecharse de los ciudadanos vulnerables, e incluso, de amenaza directa: sin voto no hay apoyo.

Muchos querrán culpar a los ciudadanos que son parte de esta práctica, pero, en condiciones de pobreza y marginación, lo que venga de las prácticas de clientelismo puede ser vital. Incluso, un ciudadano puede sentir vinculación y preferencia por un partido porque éste ha desplegado programas sociales que se consideran clientelares, sobre todo si es la única forma en que han podido recibir algo de los impuestos que todos pagamos.

Más allá de vigilar el gasto del gobierno, blindar programas o castigar a aquellos que lo practican, la mejor forma de combatir el clientelismo, y así romper las injustas relaciones de dependencia de las campañas, es necesario que lo que gaste el gobierno sea un derecho, y no será derecho hasta que todos tengamos acceso a ello. Por ejemplo, en lugar de que se ofrezcan materiales de construcción en época electoral, el gobierno debería construir vivienda digna para quien lo necesite. En lugar de despensas, el gobierno debería tener un programa de apoyo alimentario real, no como la “cruzada contra el hambre”. En lugar de dinero en efectivo, la gente debería tener un salario justo por su trabajo. Pero, sobre todo, que cualquier beneficio no dependa del gobierno en turno.

El clientelismo es producto de cómo funciona nuestra economía. Para mantener los privilegios de algunos (y con ello no cobrar impuestos), el gasto social está muy focalizado en unos cuantos. Una economía que produce pobres y gente vulnerable crea una democracia de clientes y no una democracia de ciudadanos. El voto será vendido en la medida que haya necesidad de hacerlo. Una democracia real necesita de una economía para todos.

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Democracia Deliberada es una corriente política en búsqueda de la izquierda perdida.

Twitter: @ddeliberada

Imagen principal: rojoutopico.com

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