Por Mariana Morales

Cuando vamos a la librería o buscamos un libro en internet, particularmente una novela, que llame nuestra atención (sin tener en mente una autora o autor particular), solemos leer la sinopsis que está en la contraportada o en la página de Amazon para decidir si suena lo suficientemente interesante o entretenida para no abandonar el libro sin siquiera haber llegado a la mitad. Por supuesto que es importante conocer la trama y, todavía más importante, disfrutar lo que se lee, pero a veces se nos olvida que el libro no es solamente la historia que cuenta o que podemos extraer más de ella si prestamos atención a otros recursos literarios. Tradicionalmente se espera que en una obra narrativa los sucesos y sus causas sean el elemento principal, aunque desde ya hace casi cien años los experimentos literarios han dado protagonismo a otros elementos con el estilo o se han cuestionado la naturaleza de la narración misma; por poner dos ejemplos famosos, Mrs. Dalloway de Virginia Woolf y Niebla de Miguel de Unamuno. Pese a las grandes diferencias con estos textos, Escrito en el cuerpo, de la escritora inglesa Jeanette Winterson, comparte esta diversidad de recursos literarios para hacer de la novela algo que exige al lector pensar más allá de la historia.

De la contraportada del libro sabemos que el cuerpo humano tiene un código secreto que se lee y se traduce, que “Louise apareció un buen día de la nada … [y se convirtió] en ese ser único con quien queremos vivir y morir”, pero es casada, y que “dos cuerpos furtivos fueron descubriéndose y escribiendo una historia”, la cual se encuentra en estas páginas en retrospectiva. Sin dar demasiada información, es un resumen bastante completo que presenta al personaje principal y el tema que sirven para experimentar con la narración. De la misma manera, incluye una pista del erotismo que se leerá y el misterio que se mantiene en gran parte del libro —y que seguramente en el idioma original (inglés) perdura hasta el final—: el género del narrador o narradora, que, si bien no me parece relevante saberlo, puede ser útil para ciertas lecturas. Sin embargo, creo que esta ambigüedad refleja el dilema que se presenta respecto al cuerpo, el ser y la mente en términos generales a través de los diálogos y el lenguaje.

La voz narrativa expresa constantemente su preocupación y dolor por la ausencia de Louise, especialmente por su corporalidad, reflexionando sobre el espacio y creando metáforas del cuerpo en un intento por obliterar el vacío, aunque sea con palabras, que también son objeto de metáforas para su materialización. En el recuerdo de otra relación, hay una imagen que lo ejemplifica: un techo con el nombre Jacqueline escrito una y otra vez, “Jacqueline chocando con Jacqueline. Una interminable clonación de Jacquelines en tinta negra”. Así como las grafías saturan la superficie, la obsesión de sentir a Louise nuevamente es el impulso para crear las metáforas que presentan al cuerpo como mar o texto e intentar ahogarse en él dentro de sus posibilidades.

Dado que las opciones del personaje y narrador(a) son limitadas, éste explota el lenguaje para la inmersión mental en el cuerpo ausente. Con esto se abre una parte en la novela que interrumpe la narración y da paso a una poesía —que no se debe entender como verso— creada desde la anatomía humana. Impresiona que aun cuando se habla de tripas, cavidades y datos científicos, el lenguaje romántico y sensual domina la página y logra transmitir al lector la base de las metáforas, lo que hace posible la lectura del cuerpo. Además, esta edición contiene ilustraciones de la artista española Ana Juan a lo largo del libro, cuyo estilo se presta a una lectura parecida del lenguaje visual que a su vez invita a pensar las metáforas de forma distinta. Juntos, el lenguaje poético y las ilustraciones hacen que se piense en el cuerpo del texto y no sólo en el cuerpo como texto.

Curiosamente, después de la interrupción, la historia de Winterson se vuelve más dinámica; tiene que ver con su propio desarrollo, pero también con el cuerpo que se lee dejando la narración a un lado, tal vez porque genera más empatía. Aunque es a lo que menos espacio se le da, la poetización de la anatomía es lo principal, pues en realidad es lo único importante para quien narra. El resto del texto no es necesario para apreciarlo, pero sí sitúa al cuerpo venerado en un contexto específico que afecta el tono de la escritura, y, por lo tanto, el estado de ánimo del lector. Esto no significa que la historia sólo sea una justificación ni que no sea valiosa en sí. Seguramente habrá quienes la disfruten por los personajes, el ritmo de la narración o por muchos de los temas que trata, pero no por eso se debe olvidar que el lenguaje y los juegos de estructura muchas veces los hacen posibles y más disfrutables, además de ser potenciales protagonistas.

Jeanette Winterson, Escrito en el cuerpo, Lumen, 2017.

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Mariana Morales estudia letras inglesas en la UNAM y es editora en línea de Cuadrivio.

Twitter: @marianaden_

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